Nos
pintaron tantas veces el éxito de manera de tener de todo, que lo terminamos
asociando con la riqueza, siendo millonarios, multimillonarios, acaudalados,
famosos. Pero no nos enseñaron sobre solvencia.
Bueno,
a algunos sí nos la enseñaron enmarcada en la humildad y en el poder vivir decentemente
y eso debemos agradecerlo, fuera que nos dieron tales enseñanzas con menos
palabras y más hechos.
Aprender
a salir con gracia, pundonor, honestidad y dignidad de los apuros económicos nos
ha forjado el carácter. Pero aquello de la riqueza siempre es un espectro que
nos tienta y en el que poco o mucho llegamos a caer hasta que nos estrellamos
con la realidad.
Eso
también es bueno –en parte-, porque si aprendemos del costalazo, nos levantamos
mejores y sabemos estar en las buenas y malas con la mente bien coherente y con
la esperanza atada a hechos que se van construyendo paso a paso con el tiempo.
La
solvencia es la manera más honesta de vivir, porque te permite lo más
equilibrado, ético y menos jactancioso de un mundo y el alejamiento a lo más
abyecto del otro.
Quien
recuerda cuando estuvo mal de dinero y surgió, sabe cómo ayudar. Y aprende también
a emular y mejorar a aquellos que sin ningún otro interés te ayudaron sin
esperar más a cambio de que estuvieses bien…y muy calladamente, esperando que
tú le devuelvas ese bien a alguien más y así sucesivamente cada quien
contribuya al bienestar ajeno, como a su propia salvación humana.
La solvencia
Ser
solvente debería ser el sueño de todos, porque te permitiría pagar todos los
servicios básicos sin apuro, sin retraso, sin multas o intereses y mucho menos
teniendo que endeudarte con otros para poder costearlos, transformándose en una
larga cadena de gastos.
Eso
contradice en parte a lo que dije antes de que en los apremios se conozca a la
gente buena, pero…la gente buena no debería de dejar de existir si todos
vivimos con la debida solvencia.
Siendo
solventes podemos costear los requisitos básicos de la vida: transporte, alimentación,
salud, seguros de HCM, funerarios, educación a todo nivel, casa y vehículo de
buen ver y estables (incluso casa y carro nuevos).
Las
vacaciones, paseos cortos, noches de cine, visitas a las ferias también serían
posibles en el menor tiempo y sin trastocar nuestra economía si pensamos en ser
solventes y coherentes en los gastos.
La
riqueza es un sueño, que se forma con grandes conocimientos, herencias, mejores
manejos, golpes de fortuna. Y si no tenemos nada de eso, ¿Querremos lisonjas y
que nos falte para completar incluso para un pan diario?
Dudo
que eso sea lo que esperemos de nuestras vidas. Pero en ocasiones –para unos
más que para otros-, ocurre. Y eso a la par de una economía nacional
trastocada, es porque vamos con el objetivo de la riqueza y no de la solvencia
que ataca con inmediatez sin quitarle el ímpetu de la buena recompensa.
Aunque
suene odioso, pero ser rico es malo, ya que le quita la emoción del trabajo
fecundo y creador a muchas cosas. Nada siendo tan extremadamente fácil, ayuda
al ímpetu, mente y determinación.
Me van a disculpar
Quizá
soy la persona menos indicada para sugerir que vayamos en búsqueda de la
solvencia, al ser insolvente sin deudas. O sea, que me faltan cosas que quiero,
pero que no me faltan las necesidades reales (alimentación, cuidados
familiares, pago de servicios esenciales y varios temas correlacionados). Sólo me
he alejado de los gustos, para disminuir la culpa de pensar en mí solo, cuando
debo pensar en conjunto (además, en conjunto lo disfruto más y no me pesa).
Pero
a nadie de bien nos gusta ver nuestros errores en los demás, por eso me tomo la
libertad de sugerirles que no pensemos más en la riqueza, sino en la solvencia.
Esto es menos estresante y se hace parte cómoda de nuestro día a día, dándole
valor a nuestro trabajo y de que incluso el peor manejo económico nacional, nos
trastocará menos de lo que debería, porque nos sabemos administrar el bolsillo
al aprender a administrar nuestros objetivos, emociones y maximizar nuestras
virtudes humanas.
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