Quien de verdad se arrepiente, lo hace notorio por su cambio de actitud y el ver cómo se le alivianan las cargas de sus fallos –intencionales, obligados o accidentales-, que le permiten dar un mejor rumbo a su vida. El arrepentimiento falso se nota porque no saben cómo mantener la mentira con el cual le sustentó y se muestran en toda la plenitud de su desfachatez.
El arrepentimiento es
propio de quien ha sido verdaderamente atosigado por el enemigo más poderoso
para una persona: Esa misma persona. Y aunque suene paradójico o contrastante,
quien se permite sucumbir por el arrepentimiento, demuestra ser verdaderamente
fuerte, muy por el contrario de quien no se deja doblegar por la razón que a sí
mismo, le asiste y le llama la atención.
Sobre el arrepentimiento
Muchas veces hemos
escuchado a gente buena decir que para los malos no hay perdón. En cierto grado
y circunstancias es una verdad absoluta. En otras no y, no prestarle caso a
dichas señales o al menos flexibilizar con reglas claras su manera disciplinada
de no tolerar al mal, es casi que replicar dicho mal, de otra forma.
Cuando una persona está
verdaderamente arrepentida y le da un vuelco de 180º a su vida, no nos queda
otra que darles el nivel de tolerancia y convivencia respetuosa que querríamos
para nosotros o el que se le da a un desconocido. Al menos en teoría es justo y
loable.
Pongamos el caso de
alguien que estafó pero devolvió el dinero; de una mujer infiel que retomó el
camino; de un hombre que se robó algo y lo confesó y lo devolvió antes de
perjudicar a más personas.
En esos ejemplos el arrepentimiento
está haciendo estragos en el mal y puja porque el bien sea de nuevo la temática
a seguir. Hay varios temas colaterales en todo ese proceso –quien debe
disculpar y quien debe permitir que se sucedan acciones justas para el
arrepentido.
Ya en otros casos,
donde existen lesiones mayores a personas, cosas, animales o países, aunque
esos seres se arrepientan y sean condenados por las leyes, el perdón es un
tanto más difícil y queda supeditado a su entorno inmediato, luego de reponer
todo el daño que han hecho.
La prisión física,
mental y espiritual es la que tuerce a los culpables y les brinda una segunda
oportunidad de ver a la vida no como la llevaban (con ira, amargura,
egocentrismo, sofismo, malevolencia o indiferencia). Y aunque la sociedad les
sea arisca –con razón-, ya al menos esa opresión en sus pechos se mitiga y les
permite proseguir, sin olvidar (eso sí).
Ahora, quienes fingen
el arrepentimiento y se regodean en su crapulencia, sin saber lo que es
demostrar un tanto de empatía y sólo fingen arrepentirse para obtener el perdón
de la ley o el amparo de quienes inocentemente o resignadamente les
quieren/querían, esos sí que puede decirse que perdieron la humanidad y es
mejor execrarlos, sin el arrepentimiento de hacerlo, ya que ellos con sus males
premeditados y gozosos, a sí mismos se enviaron al cadalso en vida y allí deben
purgar hasta que llegue el fin de sus vidas.
Enseñemos el arrepentimiento
Este es un sentimiento
que está ligado al no matar, herir, robar, usurpar, fingir ni menospreciar. Esas
cosas que deberían enseñarse en los hogares, escuelas y en el ejemplo del día a
día, estemos donde estemos.
Quienes se salgan de
esa línea porque les dio la gana, pues que paguen las consecuencias que nadie
más debe pagar ni padecer por sus oscuros deseos o impulsos egocéntricos o
aprovechados del momento, mucho menos de un mal uso del sentido natural de auto
supervivencia y conservación que todos los humanos tenemos al apenas nacer,
junto a las funciones orgánicas y/o el acto de respirar.
Además, cuidar lo que
se dice. Niños y jóvenes toman a la ligera eso de “te voy a matar” y eso puede
calar en su subconsciente. Y así como hay mil maneras de morir también hay
miles de matar y luego de ello, el arrepentimiento no vale.
Que el bien y el
dominio sobre los arrebatos de furia, miedo o decepción no nos dominen, para
tener menos cosas de qué arrepentirnos y más cosas –errores o decepciones-, de
las cuales aprender sin rompernos.
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